Porliera chilensis es su nombre científico, en honor al botánico español Antonio Porlier. Es un árbol que pasa desapercibido a la primera probablemente porque no se encuentra en grandes tamaños y tiene la hoja muy chica, atributos que convencionalmente no son valorados. Lo primero es fijarse en especies altas, de troncos enormes. También las hojas grandes llaman la atención. Pero el guayacán no se da por vencido fácil y premia a quienes frecuentan sus barrios, se acostumbran a las vistas de siempre y empiezan a buscar nuevas experiencias visuales.
Hay que detenerse a observarlo. La belleza está en sus detalles. No perdona a los impacientes que buscan resultados instantáneos: su hoja pequeña con forma de mini helecho, compuesta y opuesta casi sésil, sin pedúnculo, su verde intenso, su corteza dura como de piedra sedimentaria y del color gris incluso de las piedras, llena de surcos longitudinales y profundos en sus muchas ramificaciones y troncos, son los componentes de una sorpresa a los ojos que continúa hacia el cerebro como una reflexión con un mensaje simple y corto: “¿en serio pasé cien veces por acá y recién te descubro?”
Su perfil de hongo tupido de follaje es el siguiente paso: hasta ahora para el caminante sólo había sido un ítem más del verde del campo, pero una vez hecho el descubrimiento entra la curiosidad de saber cómo se ve a distancia. Se tiene que alejar unos pasos para llevarse la segunda sorpresa, incluso tal vez volver otro día. Su carácter de árbol de cuento de duendes sólo se muestra tiempo después, como es propio de todas las formas de belleza tímidas que habitan este mundo.
Porque no sólo es una especie que lleva el encanto en sus detalles visuales, sino que adentro, en sus propiedades medicinales, en su dura madera valiosísima por sus vetas angostas y la alternancia de sus colores que, si hay escultores entre los lectores, sentirán deseos de trabajarla antes de su muerte. También hay cierto romanticismo en su historia de lucha por la supervivencia contra el hombre que tanto más prefiere utilizar las bondades de la naturaleza para su beneficio, que apreciarla libre.
El guayacán es de lento crecimiento y es difícil encontrarlo hoy en su estado de mayor tamaño porque ha sido arrasado con parte importante del bosque esclerófilo de la zona central de Chile. Hoy es una especie protegida por ley, en estado de vulnerabilidad.
En el RKF Parque Manquehue hay varios ejemplares en la zona media alta. La gran mayoría tiene entre dos y tres metros de altura y es común verlos en diámetros de entre 3 y 6 metros. Engaña sin duda con su apariencia de arbusto.
Para terminar, un consejo final junto con la invitación a descubrirlo: si bien hay que acercarse a él porque sus atributos empiezan a aparecer con los detalles, cuide el lector de pecar de confiado al arrimarse y hacerlo demasiado: tiene espinas.