El destacado fotógrafo lleva más de 32 años mostrando los paisajes de Chile desde distintos puntos de vista, donde resaltan, sin duda, sus registros en altura. Gracias a su trabajo, es posible vislumbrar el estado de la naturaleza y la presión antrópica de la humanidad y con ello comprender el rol que tiene el ser humano en la educación y conservación natural.
¿Cómo comenzó tu carrera como fotógrafo?
Transformé mi hobby en mi trabajo. Estábamos en una época en la que había mucha revuelta terminando la dictadura, y estudiar era bien complicado porque no estaba muy fluido, había muchos paros y yo sentía que mi tiempo estaba corriendo y no estaba haciendo nada productivo. En ese minuto decidí probar y transformar mi hobby en mi trabajo, y después de 32 años sigo probando y creo que no me he equivocado. Todavía está por verse.
¿Tu trabajo siempre ha estado ligado a la naturaleza?
Soy hijo de padre y madre arquitectos, y tenía clarísimo que yo no quería ser arquitecto.
La influencia que tuvo mi abuelo paterno, Jorge Wenborne Prendergast fue importante. Él era un tipo outdoor de esa época, distinto a lo que se conoce hoy. Le gustaba la caza, la pesca, volar avionetas. Era un tipo que le gustaba mucho el contacto con la naturaleza. Bajo otras motivaciones, yo como hijo único y nieto mayor, tuve mucho contacto con mi abuelo, y me llevó a varias expediciones, y esas semillas, el contacto con la naturaleza y la fotografía de esos instantes que pasábamos al aire libre, tuvieron un fruto a largo plazo.
Tu abuelo volaba avionetas, ¿de ahí nace tu pasión de fotografiar desde las alturas?
Claro. Mi abuelo fue piloto privado. Mi papá también, que aún vive, pero ya no vuela, fue arquitecto y piloto privado, entonces el tema de los aviones, el volar y poder tener una percepción de nuestro territorio desde las alturas, estuvo siempre ligado en mi mente y de cómo percibo el territorio. De hecho, no me acuerdo cuándo fue la primera vez que volé. Siempre estuvo presente esta forma de mirar.
Yo también fui piloto, pero no me interesa volar la máquina. Más me interesa estar allá arriba fotografiando hacia abajo.
¿Qué es lo que buscas desde las alturas?
Básicamente demostrar lo pequeños que somos como seres humanos, ante una escala geográfica mucho mayor, que es la escala de la dimensión geográfica de la naturaleza.
Cuando te elevas en avión a una gran altura, todo lo humano se empequeñece y toma su real dimensión respecto de la naturaleza, que es un territorio, un ambiente, una dimensión mucho más grande y permanente en el tiempo, que la escala de tiempo humano.
Desde arriba debes ver mucha información impactante con respecto al desarrollo de los paisajes en nuestro país. ¿Cómo has visto que han evolucionado los paisajes en Chile desde que comenzaste a tomar fotografías aéreas?
Creo que el mayor impacto visible es el desarrollo urbano. Ver cómo las ciudades se expanden y van devorando los territorios naturales que circundan las grandes urbes. Eso es lo más evidente, y eso lo he visto en la zona central, en el norte con el desarrollo minero, en el sur con la tala de bosques, más austral con la intervención de las salmoneras. La ambición humana es la que realmente se ve y se palpa desde el aire. Lo que ves es cómo esa ambición humana va creciendo y va devorando la naturaleza más salvaje.
¿Crees que esa ambición humana sigue incrementando? ¿O hemos tomado conciencia como seres humanos de lo que le estamos provocando a la naturaleza?
Yo creo que, por más esfuerzo comunicacional, de proyectos y de conservación que haya, por muy loable que sean, -yo los destaco, los aprecio y apoyo-, todavía falta mucha energía, mucha cantidad, más gente comprometida desde lo profundo en hacer esos cambios que realmente le hagan peso a esa sed devoradora del ser humano, porque por más que queramos proteger la naturaleza, siempre estará el ser humano, y su salud, en primer lugar. Ya lo hemos visto con la pandemia, donde el centro ha sido salvarnos como seres humanos.
Tengo ganas de creer en un futuro esplendor, pero tengo dudas de que se pueda hacer.
¿Qué llamado en concreto harías a las personas para realmente conservar la naturaleza?
Básicamente pasar del discurso de las redes sociales, a la acción. Y esa acción, por más pequeña que sea, y si todos colaboramos con nuestro pequeño granito de arena, sirve.
Debemos tener en cuenta que cada acción tiene un costo de cada uno de nosotros. Desde el momento de elegir un producto y su tipo de empaque en el supermercado, o cuando elegimos comer menos salmón, o menos carnes rojas, todos estos pequeños cambios requieren de un esfuerzo que venga de cada uno de nosotros, no basta con el esfuerzo de poner un “like” a alguna causa o emprendimiento sustentable, se requiere de acción concreta diaria y constante. En el fondo tiene que ver con que la solución no está en otra persona, estado o empresa, sino que está en cada uno de nosotros, somos el problema y la solución a la vez.
¿Cómo crees que podemos potenciar en Chile el correcto uso de los lugares naturales?
Habilitando aquellos lugares y regulando drásticamente las cargas de los lugares. Esto es muy importante, ya que la presión antrópica sobre los lugares naturales -que está bien que se quieran disfrutar- hay que regularla. Creo que hay que habilitar y regular.
¿Cómo imaginas un Chile donde conversen el turismo y la conservación? ¿Qué hacer para lograrlo?
No sacamos nada con preservar si no habilitamos, regulamos y enseñamos con buena información didáctica para comprender el lugar en que estamos presentes. Cuando alguien visita un lugar natural, y tiene una buena experiencia, quedará marcado y grabado en su vivencia, y con ello podrá defender, cuidar o acordarse positivamente de esa experiencia, y va a querer volver. Por lo tanto, creo que el turismo regulado en áreas silvestres protegidas es una herramienta muy buena para ayudar a que hagamos, cada uno, estos cambios.
Preservar, habilitar y educar.
Un poco más orientado a la fotografía, ¿realizas fotografía en otro lugar del mundo?
Yo he dedicado mi vida y mi carrera a Chile. Fue una decisión que tomé desde el principio: dedicarme a difundir el conocimiento del patrimonio natural y cultural de Chile para los chilenos como principal observador, o como principal interlocutor con mi trabajo.
Siento que hay una distancia entre lo que decimos y lo que hacemos. Creo que mi trabajo lo he dirigido a la difusión del patrimonio natural y lo importante que es que lo preservemos para el futuro, ya que como seres humanos estamos un momento muy pequeño de tiempo en este planeta, pero el efecto de ese pequeño momento puede ser devastador a largo plazo.
En cuanto a época del año, ¿tienes alguna preferida, y algún lugar de Chile favorito para fotografiar?
Hay épocas para cada lugar. Me encanta el otoño en Tierra del Fuego. Me fascina el verano en el altiplano, con sus tormentas, lluvias. En el fondo me gustan los climas tormentosos, cuando la naturaleza se expresa de una forma viva, cuando sientes que el territorio está vivo, encendido y en acción. Me gustan los extremos. La verdad es que la zona central es maravillosa, pero el efecto antrópico humano es tan evidente en todos lados, que me aleja más a los extremos.
¿Algún susto en medio de esta expresión de la naturaleza?
Sí. En el año 2006 en el Canal Beagle, en el Glaciar Italia, yo estaba en una roca frente a una pared de hielo gigante, con el trípode fotografiando el contacto del hielo y la roca, el contacto de dos elementos. Después de un rato cambié de posición, me moví con el trípode y tomé un poco de altura por el lado, me metí en el bosque. Y a los tres minutos que salí del lugar en el que estaba, se cayó todo el frente del glaciar, justo a donde yo estaba. De cierta forma la naturaleza esperó que yo le hiciera este retrato, y una vez que me fui decidió expresarse.
La cantidad de tiempo que he pasado en terreno es mucha, pero siempre de una forma muy prudente y respetuosa, y esta ocasión fue un aprendizaje muy importante. Muy pocas veces he vuelto a estar cerca de un potencial peligro.
Tienes un sinfín de fotografías, y muchos libros. ¿Algún favorito?
Tengo uno favorito. Es un libro muy pequeño que hicimos para una empres que lo regaló. Se llama “La huella del hombre”, y es un ensayo visual de los rastros que ha dejado el ser humano en la superficie del territorio chileno. Lo acompaña un maravilloso texto de Miguel Laborde, que lo recorre linealmente, desde su principio hasta el final. Es un baile entre textos e imágenes de una forma muy hermosa, y siempre en positivo. Si bien las fotos a veces muestran aspectos muy duros del efecto humano sobre la superficie, me preocupé de que el discurso de Miguel fuera en tono amable y positivo.