Outlife administra el RKF Parque el Durazno desde junio de 2015, pero el rol ha ido mutando con el tiempo: Los primeros meses estuvieron enfocados en hacer el levantamiento en terreno de cada sendero y puntos de interés especial del lugar, aclarar nuestro rol entre los usuarios, velar por transmitir confianza en los propietarios a partir de un proyecto que resultaba bastante novedoso en ese minuto y, por supuesto, pasarlo bien: teníamos entre manos el gran desafío de ordenar y darle un nuevo aire a la Meca del mountainbike santiaguino. Al poco tiempo nos dimos cuenta de la buena onda que recibíamos de todos los frentes relacionados al bikepark y que la voluntad de apoyar el proyecto crecía, es más, se respiraba hasta cierta ansiedad por parte de los más apasionados de poder aportar. Por otro lado, la carga de trabajo de mantención de los senderos y zonas erosionadas era cada vez más alta, por lo que comenzamos a aceptar ese apoyo.
Pero tampoco se trata de recibir ayuda de cualquiera en cualquier minuto, porque hasta las mejores voluntades entorpecen los proyectos si no se organizan con cierto orden.
Para entonces había bastante discusión entre los ciclistas a propósito del rol de la comunidad en el uso y mantenimiento de los senderos para bicicletas, pero salvo grupos cerrados, no había iniciativas colaborativas. Eso era algo que se nos metió entre ceja y ceja: en el modelo, los propietarios aportaban los lugares, algunas marcas el financiamiento, Outlife la gestión y la operación, pero sentíamos que la gente también tenía que incorporarse de alguna manera, no sólo por poner lo suyo, sino porque nos parecía evidente que, al hacerlo, la valoración por el parque crecería, con ella, también la cultura de uso y aumentaría la capacidad de carga.
Así fue como empezamos con voluntariados de mejoramiento de senderos, arreglándolos, agregándoles “juguetes” nuevos, zonas de escurrimiento de agua, aprendiendo del arte de la artesanía del paleo, escuchando buena música y cerrando siempre con asaditos y cervezas. ¡Que buenos recuerdos! La buena onda, motivada por la esperanza de todos de regalarle a Santiago nuevamente un bikepark bien mantenido era enorme. Tan grande, que mucha gente empezó a sentir cierta deuda, pero la escasez de tiempo no les permitía acompañarnos.
Después de meses de ver como resolvíamos el asunto, nació el Club del Paleo, en donde quienes no tenían tiempo nos podían aportar con una cuota, mientras que los que no tenían plata estaban invitados a ayudarnos en el cerro.
Estamos a agosto de 2018, somos 280 miembros, y la iniciativa está de cumpleaños: y ya son 2!!!